Claudicar. Un primer acercamiento a "La señorita Wang soy yo" por: Isidro Luna
Claudicar tiene dos acepciones: la más conocida que se refiere a ceder ante las presiones o inconvenientes; y aquella que tiene que ver con problemas circulatorios que hacen que un miembro falle, que la marcha tenga que detenerse momentáneamente. A lo largo de la obra la Srta. Wang claudica: mientras el resto de bailarines hacen su coreografía fluidamente, sin interrupciones, ella se detiene, se inclina, se toma de la pierna como si fuera un movimiento voluntario pero en realidad oculta una falla, una necesidad de detenerse, un no poder seguir adelante. Inmediatamente la Srta. Wang se recupera y sigue adelante. Este movimiento aún irá más lejos: vemos cómo se le dobla el tobillo una y otra vez, percibimos esa leve inestabilidad cuando camina con sus tacos altos, cómo no puede seguir el paso de los otros bailarines. Claudicar se convierte en un leitmotiv de la obra, la vemos aparecer intermitente y nos somos llevados rápidamente a mirar en otra dirección; ella misma se repone rápidamente y continúa con su camino. El registro de esta claudicación física va más allá de una función metafórica. Por el contrario, se convierte en el elemento que penetra en el resto de la obra, obligándola a ir en una determinada dirección. Esta claudicación invade el texto, que se corta, se rompe, se torna reiterativo, se niega a avanzar hacia un argumento, hacia una historia contada completamente, cerrada, racional, argumentada. Esa iteración, esa falla, esa escansión, regresa sobre sí misma de modo recursivo: un ciclo de claudicaciones físicas y textuales se suceden, cada una apelando a la otra en búsqueda de un sentido imposible. La nostalgia que invade la obra –y que se hace más fuerte en los momentos de mayor apropiación de 2046 de Wong Kar-wai-, no proviene de esta película; aquí la nostalgia surge de la imposibilidad de decir, de contar, de narrar, de realizar los movimientos completos, sin interrupciones; su núcleo está en la claudicación. La Srta., Wang claudica ante la vida, ante la existencia entera, resumida en esa confusión central: ¿él habrá prometido volver o me habré imaginado que lo dijo? Es una indistinción que penetra en la trama de la obra, que no permite que se cuente la historia desde alguna verdad establecida. Los recuerdos son confusos, la memoria se deshace y queda esa nostalgia, no tanto de la promesa, sino de la certeza que nos permite distinguir entre lo que fue real y aquello que imaginamos. El resto de personajes que acompañan a la Srta. Wang, la coreografía entera, se ven invadidos por esa recurrencia: sus movimientos regresan, sus desplazamientos se repiten, las secuencias evolucionan solo para volver al mismo sitio. Y en medio de esta secuencia se inaugura la “ciencia de los secretos”: cada uno susurra a los oídos de los otros un secreto que no alcanzamos a escuchar. Los secretos, como bien sabemos, están hechos para ser contados, para contaminar al que nos oye y volverlo cómplice o hacerlo parte de nuestra intimidad; frase que se dice tan a menudo: “Ven, te cuento un secreto”. El secreto introduce una nueva narración en medio de la que se está contando, fractura los sucesos y anuncia unos distintos que por ahora ignoramos. Quizás el secreto que nos cuenta la obra, “solo a nosotros los espectadores”, tiene que ver con la sensibilidad, con la estetización del mundo: cuelgan ordenadamente los objetos, las cortinas, los paneles con las palabras que deben ser dichas, con la música que marca un ritmo ideal que contrasta con la obra, la coreografía entera hace parte de este gesto. Y este momento estético de la existencia se distancia de cualquier virtuosismo moderno o decadente; está hecho de rupturas, de escisiones, de indecisiones, de planos de indecibilidad, en donde el leitmotiv retorna intermitente hasta que las luces se apagan.
Acerca de "La señorita Wang soy yo" Por: Santiago Rivadeneria. El Apuntador
La señorita Wang es capaz de dramatizar (se) con implacable “lucidez”, sus reciprocidades rumorosas o paradójicas y artificiosas, que se instalan entre la soledad y el eco persistente de su voz, al que le pide insistentemente que le responda. Allí se encuentran, al mismo tiempo, un portentoso deslumbramiento y un atoramiento de muerte. Porque la señorita Wang no tiene origen e historia. De esta manera modela o construye (si se puede decir de este modo) la rutina diaria de su ‘espera’, su inmedible devoción por el desvarío. La señorita Wang soy yo es un proyecto escénico dirigido por el coreógrafo y bailarín Ernesto Ortiz -con el grupo de danza de la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca- y es además un ‘ejercicio de intertextualidad’ que se sustenta en el filme y la estética de 2046 del cineasta chino Wong Kar Wai, que le sirve de premisa para plantear (se) el problema de la “fragmentación” y del hipertexto como materiales comunes para la construcción de sentido. Bajo esta premisa -dice el sustento teórico del grupo- se genera una ‘metodología de trabajo’ que implica y compromete a los miembros del equipo de investigadores de la Carrera de Artes Escénicas, dentro del Proyecto “Estéticas Caníbales”. El espacio escénico también es un lugar compartido que actualiza los ‘modos de ser’ de la señorita Wang (Coco Maldonado), que actualiza ciertos modelos de temporalidad triviales, como la misma espera y el sin sentido de la repetición incesante del texto, al que el colectivo de bailarines le da un tono tan radical como solitario. ¿Cuál es la exigencia o la auto exigencia de la señorita Wang? “Yo soy una mancha de herrumbre, y en ese tren no termino de aparecer: no hay nada que pueda ser manchado”. La señorita Wang (se) exige más de lo que explica. No hay una narración como fundamento de la estructura, sino la impertinencia de los instantes y los impulsos de su constante reafirmación: “la señorita Wang soy yo, y además hablo sola”. La suya es una especie de temporalidad de doble faz (su cuerpo y su voz están adentro y afuera del significado) que se vuelve retumbo consustancial en los gestos y movimientos de los bailarines. Entonces se suscita una cuestión inquietante: la reafirmación -desde la palabra- de su “yo”. “Yo soy la señorita Wang, y además hablo sola”. También es un axioma, un apotegma, un aforismo que le hace volver insistentemente al mismo dilema, de manera casi obsesiva: ¿es la ceguera del deseo? Dice la señorita Wang: “Si sigue lloviendo así, no voy a llegar a 2046. Y si no llego, tendré que imaginármelo. Imaginarme como es. Imaginarte saliendo por la puerta del andén, para ayudarme con la maleta. Imaginarte caminando despacio y en silencio, a mi lado, mientras te cuento que han pasado diez minutos, cien minutos, mil minutos. ¿Quién sabe? Tal vez prometiste volver. O tal vez yo recuerde que no lo dijiste nunca”. El ahora, que en Hegel fue la noche, en la señorita Wang es “ella misma” bajo el signo de la espera o del reclamo. ¿Experimenta la vida (su vida) la señorita Wang, como un atentado ontológico, una especie de ‘falsificación’ de la cual no hay otro rescate más que la desaparición? Porque ya no es la palabra el motivo de esa “falsificación” ontológica, tampoco es el lenguaje con sus normas trilladas, pre ordenadas (los consabidos “juegos” del lenguaje), sino la rutina misma de su pensamiento, repetitivo, exhausto. Esas imágenes que proyecta, son precisamente, las que tienen forma en los movimientos de los bailarines, pero como acoso. Podemos imaginar a la señorita Wang experimentando una especie de epifanía negativa de sí misma. Y la pregunta recurrente, que sirve para reafirmar la intransigente veracidad de su obsesión: “Si lo pienso bien, yo soy una mancha de herrumbre, y en ese tren no termino de aparecer: no hay nada que pueda se manchado”. Y los bailarines (que son las ‘resonancias’ de la señorita Wang) que redundan o se desdicen o se imputan una misma forma de silencio, mientras la música y el músico, deliberadamente suspendidos, acentúan la importancia tanto formal como sustantiva, de lo fragmentario, de lo sentencioso y un ‘modo de ser’ que reclama distintas percepciones.